ALBERTO FUGUET: “HOY LA REBELDíA ES LEER, SER MáS ANáLOGO, CALLAR, NO BUSCAR ‘LIKES”

A sus 61 años, el escritor chileno Alberto Fuguet publica Ciertos chicos (Planeta), un libro en el que retrata la vida juvenil que experimentó a mediados de los 80′, durante los últimos años de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Tras medio siglo desde el golpe de Estado, quiso poner el foco en la noche, el poder del armario homosexual y la vida privada a través de la relación de dos chicos gay que buscan su lugar en un Santiago con toque de queda. La obra, que podría verse como la continuación de su rupturista Mala Onda (1991), está escrita con mayor distancia y madurez. Sin miedo al rechazo de sus detractores y con la cabeza puesta en el legado que dejarán su treintena de obras, responde esta entrevista por escrito, a petición del propio artista.

Pregunta. ¿En qué etapa vital publica esta novela?

Respuesta. Ando, posiblemente, saldando una deuda: escribir de la época universitaria, de la dictadura, pero también de la era new wave y mis comienzos. Mi impresión es que nadie anda recordando esto. Quizás, al empezar la tercera edad, es más fácil mirar los comienzos. Tengo más libertad y menos pudor. Y distancia. Además, creo que esos años, en los que me fijo, no han sido abordados así. Puede ser La desesperanza, de [José] Donoso, que se escribió en el momento, pero poco más. A posteriori hay mucha no ficción, mucha mitificación de los guerrilleros. Me parece que hay una oportunidad de indagar, usando como estructura, una novela de aprendizaje y un romance entre chicos, para bucear en lo que no se ha contado: los momentos a color, las fiestas, la vida cotidiana, los secretos sexuales, el poder del clóset, y así.

P. ¿Qué tipo de joven era usted?

R. Quería más, tenía hambre, era artísticamente ambicioso y socialmente torpe y, por alguna extraña razón, a pesar de tener la posibilidad, no hui de este lugar hostil. Quizás inconscientemente quería demostrar que era chileno, que era parte del canon y que podía escribir de este lugar. Me quedé y quizás me hice mejor artista. Ahora, curiosamente, tengo ganas de irme porque ya no me da miedo y no lo odio. Simplemente siento que lo conozco y que mi servicio militar artístico ya lo he cumplido con creces, que puedo moverme sin sentirme como un cobarde que huyó.

P. En los 80′ la sensibilidad era símbolo de rebeldía, describe. ¿Sigue siendo así? ¿Qué es ser rebelde hoy?

R. Era rebeldía, sí, pero también era peligroso. No era para jugar, no era una diversión teen. Para los que era una pose, podían cambiar, pero para los que eran distintos, no. Y por distintos me refiero incluso a aquellos que osaban criticar o pensar de otra manera. Hoy hay algo de rebelde en leer. En ser más análogo. En callar. Hay algo rebelde en dudar, no ser igual a todos, disentir. No estar en redes sociales. No buscar likes. Y, especialmente ahora último, en sacarse el buenismo. Me pregunto cuánto nos podemos estar perdiendo, artísticamente hablando, por miedo a las funas. Hay rebeldía en no ceder.

P. Define al presidente Gabriel Boric como un hombre sensible. ¿Es el triunfo de esos personajes del libro que en esa época eran menos entendidos?

R. Sin duda. Eso nadie lo ha visto bien: es el punk que ganó, el chico pop. El rechazo que puede llegar a provocar [Boric] va por ahí: que sea sensible, osito, terapiado, empático. Y que dude, que se preocupe tanto por no perder a sus seguidores, que teme tanto a los haters. Creo que es un gran estadista, pero quizás no tan buen gobernante; es muy superior a su gente y su partido. Duda demasiado, lo que es lógico, porque es medio artista, un privilegiado abajista. La esencia del chico barbudo deconstruido sexualmente curioso y flexible que rodea a los chicos que aparecen en lo que en el libro llamo El futuro y que se fascinan con el barrio donde vivía Clemente de joven: Condell, el Vaticano Chico, etcétera.

P. ¿Es Ciertos chicos un libro político?

R. Ultra, desde su médula. Es un libro escrito desde el pasado y mira al futuro. Esa es su apuesta. No mira hacia atrás con nostalgia o ira, mira el futuro desde la dictadura soñado con algo parecido a un destape, o con democracia, quizás la Concertación, un Gobierno de derecha fome [aburrido], una coalición de chicos llegando al Gobierno. Ciertos chicos sale de lo que la Historia no cuenta o no ha contado: de la calle, de las fiestas, del under, de la vida cotidiana y privada. Acá se intenta novelar lo que realmente sucedía en una ciudad bajo toque de queda. La novela se escribió y reescribió usando el presente que se coló a su prosa: el matrimonio igualitario, el auge de las redes sociales, el estallido, la pandemia, el triunfo de Boric. El libro es político porque se salta los hitos políticos que luego se vuelven malas miniseries o películas de Netflix o cintas con el apoyo del Fondart. Es imaginarse cómo es mirar un país como este desde el prisma de un exiliado que cree en el pop y desde la mirada de un chico que está sobreexcitado con el neoliberalismo, los malls, la cultura global y la incipiente legitimación de lo que ahora se llama queer.

P. Dice que la novela es como le hubiera gustado que fuesen las cosas para usted… ¿Cómo fueron? ¿Menos fiesta, ternura y vínculos?

R. Tengo algo de los dos protagonistas, aunque más de Clemente: la misma paranoia, soledad, sentido de no pertenencia, pavor al bullying y al odio. El temor tanto a la cultura de la izquierda antipop como a la de la derecha que se hacía la culta cuando no le daba ni para kitsch. Fiestas tuve, ternura cero, vínculos pocos. Sospechaba de todos. Yo vine de vacaciones el año 74 y me dejaron abandonado acá sin opinar. En algunos aspectos, Santiago era una ciudad llena de estímulos, pero también tenía un poco de campo de concentración. Espero que eso esté en Ciertos chicos. Fue soledad y exploración, exploración y soledad. Y cuando empecé a pasarlo bien, tal como lo dice Papelucho, pasaron cosas terribles.

P. ¿Qué pasó?

R. Veo esa catástrofe ligada a la fama, a sacar la voz, a publicar, a vivir tu vida y tu sexualidad a full. Pagué ciertos costos, pero eventualmente me hicieron mejor escritor, aunque una persona incompleta, no terminada, no integrada, dañada. Este país tiene algo alucinante: sabe acallar las voces. Pero, si no te hacen desaparecer, tu voz y tu prosa mejora. Sin duda me hubiera gustado conocer a Tomás y besarlo en fiestas, ir al cine de la mano, llevarlo a cumpleaños, pero eso era imposible. Todos los estamentos se habrían opuesto. La Jota, la Iglesia, las tías. Nunca me atrajo la idea de vivir en secreto, o tener una doble vida, por lo que la posibilidad de ser un agente, un detective salvaje, un consumidor empedernido, no me pareció mal. Es loco como muchos artistas lo quieren todo: vínculos, dinero, fama, respeto, apoyo estatal, fans, casa, etc. La cosa no funciona así. Lo importante es celebrar lo que se tiene y yo al final creo que tuve harto cuando no tenía nada -una mirada externa, mis libros y películas, mis escritos- y ahora tengo más de lo imaginado, así que todo bien. Si hubiera tenido un novio a los 20, no estaría hablando contigo, no sería novelista.

P. Dijo en una entrevista “yo recién me siento en un lugar seguro”. ¿Cuál es y por qué cree que tardó 60 años en encontrarlo?

R. Creo que ese lugar está dentro de mi obra. Ese es mi espacio seguro y mi casa y mis rutinas. Hay gente que lo apuesta todo por una familia, por una ideología, por un oficio. Yo aposté por una obra. Ahora me siento mucho más protegido, apañado, en algo colectivo. Por fin encontré los aliados necesarios para crear y muchos están, de una u otra, ligados a la Fundación Fuguet que, por ahora, es un work-in-progress, una idea para manejar mi obra y mi legado más adelante con becas, concursos, premios y la necesidad de proteger mis libros. Pero es clave no tener miedo o sentirse incómodo. El miedo censura. La idea de quedar bien ante los otros es algo que uno espera de un ciudadano o un vecino, pero no es negociable como artista. Y eso soy: artista.

P. ¿Cómo era antes?

R. Antes me sentía más expuesto, sin alianzas sociales o políticas o ideológicas que me protegieran. Yo fui la estrella joven de El Mercurio, tuve la columna Enrique Alekán, y así todo el cura Valente va y me destroza. No una, sino dos veces. Eso lo sentí como abuso. Entendí que uno no estaba seguro en ningún lado y, ese lugar que creía seguro, era el más peligroso, lleno de seres imbuidos de envidias, ira y miedo. Tampoco había dónde ir o esconderse, puesto que todo era binario y yo me niego a ver el mundo así, claramente soy más ambiguo. Ya a cierta edad, no puedes ceder a las ideas de tus haters o enemigos. Uno no puede tener fans o gente interesada sin tener tipos que te detesten. Yo no toleraba provocar rabia, ira, celos, pero ahora entiendo que es parte del juego y es hasta lógico.

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