COLUMNA DE SYLVIA EYZAGUIRRE: UNIVERSIDAD DE CHILE

Rechazo transversal ha generado el lienzo colgado en el frontis de la Universidad de Chile, donde se retrata a la rectora Devés saludando de beso en la mejilla a Netanyahu, primer ministro de Israel. Sin duda es un acto vejatorio y mentiroso, toda vez que Netanyahu está siendo acusado de graves violaciones a los derechos humanos del pueblo palestino y ninguna acción de la rectora Devés puede interpretarse como apoyo a la estrategia bélica de Netanyahu. ¿Este lienzo cabe dentro del derecho de libertad de expresión, principio que está en la definición misma de esta institución, o los insultos personales no caben dentro de este principio? Sin duda una discusión interesante. Pero a mí lo que más me sorprende es la atención que ha acaparado el lienzo en contraposición con la toma misma de la Universidad.

Resulta patético constatar la colonización de nuestros estudiantes por las modas del hemisferio norte, que son adoptadas sin ninguna adecuación o reflexión crítica. Más allá de nuestras propias posiciones sobre el conflicto entre Israel y Hamás, la situación de Estados Unidos y de algunas universidades norteamericanas en el conflicto es radicalmente distinta a la situación de Chile y nuestras universidades. Más aún, llama profundamente la atención que los mismos estudiantes que se horrorizan por las violaciones a los derechos humanos en Palestina recurran a la violencia, imitando a quienes dicen criticar, guardando las proporciones del caso. No solo se toman la universidad, que es una usurpación y, por ende, siempre violenta, sino que además adoptan prácticas nazis, como marcar a los profesores que ingresan a la universidad o poner escoltas para vigilarlos, violando así los derechos de los estudiantes y trabajadores de la universidad, así como también de todos los chilenos que financiamos con nuestros impuestos esta institución.

El verdadero drama de la Universidad de Chile no radica en el lienzo ni en sus tomas, estos son meros síntomas, sino en la captura de la universidad por minorías radicalizadas que han puesto en jaque la verdadera libertad de expresión, el pluralismo, la actitud reflexiva, dialogante y crítica en el ejercicio de las tareas intelectuales, principios orientadores de la universidad, según su Estatuto, pero que fueron abandonados hace ya bastante tiempo.

Las tomas en la universidad son recurrentes, ya no sorprenden a nadie. La persecución política al interior de los campus también. Colada pasó la persecución política que sufrió un profesor en la Facultad de Filosofía por el solo hecho de ser conservador y de derecha, como si ello constituyera un crimen. La agresión que sufrió Polette Vega por parte de sus compañeros por el solo hecho de ser de derecha acaparó la atención mediática por ser candidata a consejera de la FECh, pero no es un caso aislado, el empoderamiento de minorías radicales de izquierda ha llevado a que muchos estudiantes se sientan amedrentados y vean restringida su libertad de expresión.

La actual toma y el lienzo son otra manifestación más de la falta de tolerancia y espíritu crítico que impone una minoría al resto de la comunidad universitaria por medio de la violencia, violencia que ha sido no solo tolerada, sino que incluso en ocasiones avalada por las autoridades en las últimas décadas. Las autoridades tienen la incómoda tarea de velar por el cumplimiento de la ley y de los principios orientadores que guían el quehacer de la universidad entre otras tareas administrativas. El abandono de esta responsabilidad por décadas ha convertido a las autoridades en cómplices pasivos, llevándolos a normalizar la violencia al interior de la universidad y con ello al abandono, en parte, de su misión.

Nunca es tarde para recuperar la Universidad de Chile, para que efectivamente ella sea una institución pública, abierta para todos; el estandarte de la pluralidad, el respeto, el espíritu crítico y dialogante. Pero para ello no bastan las declaraciones, se requiere romper huevos.

Por Sylvia Eyzaguirre, investigadora CEP

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