DE LA AURORA DE CHILE A LAS REDES SOCIALES: LLEGA REVELADOR LIBRO SOBRE LA HISTORIA DEL PERIODISMO EN CHILE

Todas las innovaciones llegan por mar. Al menos, esa era la tendencia en el siglo XIX, donde los puertos eran la conexión con el mundo. En diciembre de 1811 arribó a Valparaíso la fragata estadounidense Galloway que traía varias cajas desde Nueva York, encargos que la flamante Junta de Gobierno chilena -presidida por José Miguel Carrera- hizo a los Estados Unidos gracias a las gestiones de un norteamericano avecindado en Chile, Mateo Arnoldo Höevel. Además de escopetas y pistolas, venía otro artilugio con el que el “Príncipe de los caminos” pretendía ganar la guerra por la independencia no solo en los campos de batalla, sino también en el de las ideas. Nada menos que una imprenta.

Pero a diferencia de lo que suele repetirse, no era la primera imprenta que se veía en la pequeña y terremoteada colonia llamada Chile. Ya existían imprentas, de hecho la invitación al cabildo abierto de 1810 fue en pequeñas esquelas impresas por un artesano llamado José Camilo Gallardo. Sin embargo, “se trataba de pequeñas máquinas, casi de juguete, que durante muchos años se emplearon para imprimir naipes, sobre los cuales el Gobierno tenía el monopolio y constituían, junto al tabaco, los únicos bienes ligados a lo que hoy podría considerarse una ‘industria de la entretención’”. Esta imprenta de 1811, entonces, fue la primera de real calidad que llegó al país. “La gran diferencia con los juguetes que tenía Gallardo era el tamaño (32 por 32 centímetros) y la calidad obtenida: la plancha caía con fuerza uniforme sobre la superficie del papel y no generaba manchas”.

Quien hace la aclaración es el periodista Alfredo Sepúlveda Cerceda (54), también académico de la Facultad de Comunicación y Letras UDP. De esa imprenta, lo sabemos, nació el primer periódico del país La Aurora de Chile, y con ese folletín se inauguró la actividad del periodismo en nuestro país. Desde ahí parte el nuevo libro de Sepúlveda, Historia del Periodismo en Chile, que publica a través del sello Sudamericana. Desde La Aurora de Chile, a las redes sociales.

Apasionado por la Historia, Sepúlveda es también autor de otros volúmenes donde revisa el pasado, como Bernardo: una biografía de O’Higgins (2007), Independencia (2010), Breve Historia de Chile (2017) y su notable La Unidad Popular (2020). Su gracia la mantiene también en este libro: ofrece un relato muy documentado, pero ágil, ameno, que entretiene al lector. No solo se preocupa del dato, sino de la narrativa, la pluma. Ello lo ha convertido en una referencia en lo que llamamos Periodismo Narrativo, o quizás Periodismo Histórico Narrativo.

Como sea, Sepúlveda conversa con Culto sobre este nuevo volumen, y nos comenta que la idea este libro nació hace algunos años, casi por una necesidad, pero también, como pasa en la Historiografía, la detección de un vacío: “Empecé a impartir la asignatura de Historia del Periodismo hace ya varios años, junto con la periodista Angélica Bulnes, en la Universidad Alberto Hurtado. Tuvimos que aprender prácticamente desde cero. La base del libro es eso. Pero también me pasó un poco lo que ya me ha pasado antes: encontrar un tema que es muy popular, pero del que no hay ‘Historias Generales’, por así decirlo. Eso fue mi biografía de Bernardo O’Higgins y un poco mi historia de la Unidad Popular: no había textos con perspectiva cronológica-generalista. El periodismo es uno de esos grandes ‘conocidos desconocidos’. Es tan parte nuestra como la democracia. Y, sin embargo, sabemos poco de su ‘sala de máquinas’ a lo largo de la historia republicana. Nos enojamos con él y vemos conspiraciones todo el rato en él; pero la verdad es que no lo conocemos”.

¿Cómo fue el proceso de investigación y escritura?

Largo, como de cuatro años. Pero, como en todo, hay ciertas bases sobre las que uno se sostiene. Raúl Silva Castro y Alfonso Valdebenito, con sus libros sobre historia del periodismo chileno en los cincuenta. María de la Luz Hurtado para lo que son los orígenes de la televisión. Toda la obra de Eduardo Santa Cruz, la de Guillermo Sunkel; la mirada a la década de 1830 de Gonzalo Piwonka, la obra sobre prensa y mujeres de Claudia Montero, la labor como editor de Ángel Soto, la investigación sobre El Sur de Concepción de Cristián Medina, sobre el diario La Hora de Ricardo Couyoumdjian y Eliana Rosas, las investigaciones sobre prensa católica y prensa en la unidad popular de Patricio Bernedo, la de las caricaturas de Trinidad Zaldívar, el libro sobre orígenes de la prensa digital, muy reciente, de Carlos Aldunate, la historia de las revistas chilenas de Paula Escobar y Cecilia García-Huidobro. Son algunos pocos ejemplos de una historiografía muy fecunda, y a la vez poco conectada entre sí. Yo creo que la gracia del libro es que la conecta e intenta interpretar, darle un sentido al devenir de una ocupación que no empezó ni terminará con nosotros.

Sin ser historiador “de carrera”, has tenido una permanente aproximación a la historia. Este libro se ubica a medio camino entre el relato y la investigación historiográfica y la crónica periodística. ¿Cómo ha sido para ti complementar ambas vertientes?

Bueno, estoy intentando ser “de carrera” en el sentido de aprender y valorar la disciplina del historiador: la teoría, el hacer sentido del pasado, el método. Pero no me gusta cuando se considera que la vertiente de difusión periodística y la historia profesional son antagónicas, o deberían ir por carriles separados, casi como si los periodistas nos estuviéramos robando la historia, no tuviéramos método o no fuéramos también una disciplina basada en la verificación. El periodismo es una profesión seria a condición de que se tome en serio, como ocurre con todo, también con la Historia. La labor de difusión, que es lo que he hecho hasta ahora, no solo tiene el mérito de acercar el relato al gran público, sino que en esa ingenuidad de simplemente “contar qué pasó” hay un valor. Sinceramente creo que no debería haber diferencia: la historia también es narración, también tiene las subjetividades de quien la cuenta, también quiere ser leída, comentada y compartida. Ambas vertientes son valiosas y no hay para qué andar peleando.

La relación entre la historia y el periodismo es muy cercana. ¿Cómo ves la impronta del periodismo como fuente histórica?

Fundamental. Desde que existe el periodismo tienes un registro a nivel de día a día sobre asuntos que, en su momento, parecieron relevantes. Ha sido, eso sí, una relación tirante. Algún historiador alemán en el s. XVIII dijo que, si Heródoto hubiera tenido diarios a la mano, hubiera sido mejor. Ranke, en el s. XIX, les puso la lápida a los periódicos: sabía cómo funcionaban y desconfiaba profundamente de ellos porque cosas que él conocía, no eran publicadas como él estimaba. Hoy se piensa que son fuentes muy importantes, y que hay que trabajar con el periodismo entendiendo sus contextos: que aún sus sesgos, fallas y travesuras significan ideas que en términos históricos son relevantes. Desde luego que hay un tema con la definición misma de verdad –tema que la Historia comparte con el periodismo--, pero ello no es un obstáculo para trabajar.

El primer medio masivo de comunicación en Chile fue el periódico ¿Por dónde crees que han pasado las claves de su transversalidad que se han mantenido hasta hoy?

La periodicidad es lo que define al medio. De hecho, la diferencia entre La Aurora y los manuscritos que la antecedieron (como la “Gaceta Jocosa”) no es solo el uso de la imprenta, sino la constancia. En la primera mitad del XIX, que las audiencias supieran cuándo esperar la publicación, y que ella efectivamente estuviera disponible todos los días, todos los sábados o en la frecuencia que fuera, fue lo que en parte separó a proyectos exitosos, como “El Mercurio de Valparaíso”, “El Araucano” o “El Ferrocarril” de, digamos, “El Trompeta” o “El Hambriento”: aves que hicieron un buen ruido, pero que dejaron de volar pronto. Esto no se aprecia demasiado, pero para mí es importante: la periodicidad es la que otorga al medio “un lugar en la sociedad”, por decirlo así, quizás tanto como su contenido, ideas políticas o pasiones del momento. Esto hace al periódico una criatura singular: es política, es informativa y a la vez es comercial e industrial: necesita aparecer cuando dice que lo va a hacer, o se muere.

¿Qué fue lo más complejo del proceso de escritura de este libro?

El punto de vista o, si quieres, decidir qué diablos significa “periodismo”. Es un concepto que a lo largo de la historia ha mutado: comienza siendo una sucursal de la política, propaganda; hoy es un mecanismo civil de fiscalización del poder, te da el informe del tiempo y los resultados del fútbol, y te informa para que tomes decisiones dentro de una democracia. Al final creo que di con una idea que resultó, pero me costó encontrar: el periodismo en este libro está definido como un triángulo. Los vértices son los periodistas, los medios y el poder político. Y la historia son los catetos y la hipotenusa: las relaciones de tensión y distensión que han unido a unos y otros a lo largo de dos siglos. Eso al menos me permitió jerarquizar y tener algún tipo de criterio respecto de qué contar y qué no, porque la tentación de irse por las ramas siempre era infinita: todo me resultaba muy atractivo de investigar.

Muchos diarios y revistas tuvieron vida efímera y hoy se puede acceder a pocos números o a ninguno. ¿Cómo resolviste las dificultades de la falta de fuentes en esos casos?

No fue un problema que me preocupara, puesto que no podría haber definido el proyecto sobre la base del conocimiento absoluto y acabado de todo cuanto se ha publicado y difundido en Chile en dos siglos. Si tuvieron una existencia breve y están en el libro fue porque representaron algo o se relacionaron de alguna manera especial, significativa, con el poder político (pienso en “El Hambriento” de la década de 1830, o el canal “6″ durante la Unidad Popular). Uno tiende a tener la idea de que entrar a un libro de historia es una suerte de premio: “Pasó a la historia”, como se dice. No se trata de eso. Uno tiene un marco conceptual tan bueno como el del libro del lado, y sobre ese marco, uno va poniendo cosas o dejándolas fuera. Pero en ningún caso lo que queda fuera es por un juicio sobre el mérito o demérito del medio o la persona.

Señalas que el periodismo siempre ha tenido un vínculo tirante con el poder. ¿Crees que el periodismo en Chile ha tenido una labor exitosa en su rol con el poder político?

Esa pregunta es muy interesante porque en ella está anclada la definición contemporánea que tenemos del periodismo como fiscalizador del poder político, la idea de “cuarto poder” del Estado, un requisito para nuestra vida en democracia que nos informa para poder tomar decisiones como ciudadanos ¿no? También está involucrada la idea de que el devenir histórico encierra cierto progreso, que la fiscalización del poder político es un estado “superior” del periodismo con respecto a su pasado, con lo que estoy de acuerdo, pero estoy de acuerdo hoy, en el tiempo y contexto en que me tocó vivir. Pero esto es imposible extrapolarlo a los dos siglos que el libro mira. La Aurora de Chile se relaciona con el poder político a través de ser su vehículo de propaganda: no hay en ella pluralismo ni neutralidad ni ausencia de sesgos, ni siquiera hay muchas noticias. El Ferrocarril y El Mercurio de Valparaíso en la segunda mitad del XIX se sostienen bajo la idea de “ayudar” al Estado, y por lo tanto al poder político, a alcanzar los ideales de la modernidad industrial: se autoasignan la misión de ser parte de la construcción del país y están orgullosos de que así sea. El periodismo gremializado de los 1950 aceptaba que había un problema de ética en él, tal como lo acusaba el sistema político, y optó por formar instituciones de periodistas (las carreras universitarias, el colegio, el premio); se puede decir que aceptó la premisa del poder político a cambio de cierta autonomía: transó, negoció con Carlos Ibáñez. Entonces no sé si se puede hablar de “éxito”, tal vez sí: sí ha fiscalizado al poder, sí ha sido un vehículo de propaganda, sí ha ayudado al Estado, sí ha creado, ayudado por el poder político, instituciones propias…todo esto es contradictorio en conjunto, pero hace sentido en periodos históricos determinados. Lo importante es que ninguna de estas formas del pasado deja de ser “periodismo” por no calzar con lo que hoy pensamos que el periodismo tiene que ser.

¿Cuáles crees que han sido los períodos de la historia de Chile más difíciles para el periodismo?

Bueno, es un poco de Perogrullo, pero solo en la dictadura militar hemos tenido asesinatos (en plural) de periodistas y profesionales relacionados con medios de comunicación. Para la guerra civil del 91, en mi registro, solo hubo un periodista asesinado por su opción política. Aunque, y eso es la gracia de la historia, el periodo de los militares hubo periodismo fuerte en las revistas de oposición a Pinochet e intentos por hacer el trabajo periodístico serio también en la prensa establecida, la que apoyaba al régimen, pese a que también ella se metió en lugares muy oscuros en términos éticos. Pero, obviando los crímenes de la dictadura, las restricciones al ejercicio del periodismo fueron una constante en el siglo XX, antes y después de la dictadura. En el Chile “desarrollista” que va del año 32 al 73, había restricciones severas a la libertad de expresión: no hubo periodista famoso que no pasara una temporada en el anexo-cárcel Capuchinos, o que fuera relegado a pueblos chicos en virtud de enojos del poder político, que utilizaba la Ley de Seguridad Interior del Estado o el delito de injurias y calumnias para perseguir opiniones o difusión de informaciones. El día que le dieron el Premio Nacional de Periodismo a Luis Hernández Parker, lo tomaron preso. En el periodo de transición a la democracia, Alejandra Matus terminó asilada en Estados Unidos por un libro que escribió. Recién desde 2001, con la ley de prensa, vivimos en una suerte de normalidad democrática, con estándar occidental, para el ejercicio de la profesión.

Un modelo que mencionas en el libro es el de La Nación, administrado por el Estado. ¿Crees que es viable o recomendable un periódico así en estos días?

La Nación siempre fue gobiernista y esa fue su debilidad desde que Carlos Ibáñez se la arrebató a Eliodoro Yáñez. Sin embargo, tuvo épocas más “periodísticas” que otras, y su edad de oro coincidió con haber tenido adentro a Joaquín Edwards Bello y otros periodistas cuya labor escapó de las noticias y se centró en la cultura, incluso en la creación de una. Pero el pasado es imposible repetirlo. En general no me parece que un Estado-Periodista sea una buena idea, sobre todo considerando que ya existe un ministerio completo, con un presupuesto anual muy alto, encargado de dar a conocer el punto de vista del gobierno de turno.

Como pasó con la radio, ¿crees que internet y las redes sociales han obligado al periodismo a desarrollar nuevos lenguajes?

Sí, pero no estoy seguro de que sean lenguajes periodísticos como los hemos entendido hasta ahora. Las tecnologías de espectro electromagnético (la radio y la TV) fueron neutras en términos de propiedad. Hubo empresas a las que se les asignó la concesión, pero no la propiedad. Las redes sociales son de alguien: de empresas transnacionales que alimentan algoritmos que los medios de comunicación no controlan; es más, parecen subyugados a ellos. La costumbre del clickbaiting es fundamentalmente anti periodística hoy; tal vez se legitime en el futuro, pero eso va a implicar, si ocurre, en cierta medida la destrucción de la idea moderna del medio de comunicación como un agente del sistema democrático. Como en todo, tal vez venga una nueva definición de periodismo, más basada en las emociones que en los hechos, y eso se transforme en el estándar. Pero si eso será así, estaríamos en un círculo: sería el regreso a la prensa guerrillera y sarcástica del s. XIX., y no habría mucha necesidad de profesionales especializados, total, la emoción no es algo que, como requisito, haya que abordar intelectualmente.

Pero la web y el clickbaiting han generado un nuevo tipo de periodismo, basado más en contar historias que en la noticia más “tradicional”. ¿Es algo similar a lo que pasó con la radio?

La radio se demoró al menos treinta años en tomar las características que conocemos hoy, con departamentos de prensa y un lenguaje particular, al menos distinto del de los periódicos. Fue, al menos entre los años 20 y 30, un juguete caro que, a lo más, leía lo que aparecía en los diarios. Yo no estoy seguro que lo digital esté formando un nuevo tipo de periodismo, sobre todo porque nunca ha habido un solo tipo de periodismo dando vueltas, y si es por contar historias, la crónica periodística nos acompaña desde la época de los folletines, en los 1860. Lo que sí ha impuesto, y en esto sí puede hacerse un paralelo con la radio, es una forma más aguda de inmediatez. El diario impreso era un asunto de “la mañana siguiente”. La radio fue un asunto del instante, pero los periodistas tenían tiempo, aunque fuera poco, de procesar las noticias y difundirlas. Hoy la noticia es un commodity inmediato, sin mediación alguna, y por lo tanto sin una exigencia periodística, sin un filtro, sin una “curatoría” periodística. Eso es un desafío, puesto que el argumento de “posteamos ahora y después lo vamos arreglando”, al menos a mí, no me convence: en ese sentido se ha perdido la fuerza que tiene la verificación en la cultura periodística, que se había construido en los medios de comunicación cuando estos tenían, por así decirlo, el sartén por el mango. Desde luego, estoy generalizando, hay buen trabajo también en redes sociales, pero es un asunto sumamente complejo en el que no hemos logrado tener claridad.

Una de las tensiones clásicas de la historia es la de la continuidad y el cambio, eso también se ha visto en los medios. ¿Cómo lo ves hoy?, ¿crees que se han adaptado/reformulado exitosamente los formatos y criterios tradicionales del periodismo al mundo digital?

De que se han adaptado, lo han hecho, pero a la fuerza, porque no tienen otra opción. El mismo concepto de “adaptación” encierra, a mi juicio, una trampa: como que sin mayor reflexión se les exigió a los medios entregar sus contenidos gratis a “lo digital”, solo porque ello era moderno o porque había una difusa promesa de recompensa económica en un futuro remoto. En el libro puedes ver la caída brutal de la inversión publicitaria chilena en medios, y cómo se ha ido a Internet. Detrás de esto hay una pregunta muy política: ¿queremos medios de comunicación tal y como los hemos conocido? ¿Que te permitan ejercer el derecho humano a la información? ¿Que practiquen un método de verificación? ¿Que son, por definición, imperfectos, y van a meter la pata y la van a meter, a veces, con todo? Si la respuesta es “sí”, hay que torcer la mano de las empresas transnacionales de “lo digital” de alguna manera, como ya ha ocurrido, con límites, en Europa. Si la respuesta es “no”, el futuro ya llegó y sigamos informándonos a través de “X” y las cadenas de Whattsapp.

Entregas el dato de que, en 2020, un estudio del Reuters Institute señalaba que solo un 30% de los encuestados consideraba creíbles las noticias. ¿Por qué crees que pasa eso?

Eso fue la consecuencia inmediata del estallido de 2019, en el que los medios no supieron, en general, qué hacer con la cobertura de la violencia y la manifestación y, además, fueron vistos como amigos o enemigos según la posición política polarizada que tuviera cada ciudadano. No era una discusión sobre la veracidad de las informaciones, sino sobre las posiciones que se tuvieran con respecto a lo que estaba pasando. Fue terrible y no estoy seguro de que hayamos salido totalmente de eso. Pero al menos en el informe de 2023 la confianza ha subido a 35%. No es para descorchar champaña, pero al menos subió.

En tu libro abordas desde La Aurora de Chile hasta la actualidad, pasando por todos los procesos políticos y sociales que han atravesado al país, ¿Cómo ves el estado del periodismo en el Chile de hoy? ¿Cuáles son los desafíos en la era de la IA y las fake news?

Es una pregunta que me queda grande, y que se contestará realmente en la vida pública: una empresa periodística tendrá una idea mejor que otra y así se irá construyendo el periodismo y las respuestas. Pero si me apuras, el principal desafío es salir de la precarización en que están los medios de comunicación. Tal vez es un sesgo, pero personalmente no concibo un periodismo que se haga fuera de ellos, “en la personal”, que es la promesa que le hacen las redes sociales a los periodistas, sin compensarlos nunca y ofreciéndoles más y más promesas de fama. Supongo que los medios, incluido este, están dejando de ser lo que eran, van a cambiar su forma, pero tienen que mantener, de la manera que sea, el principio de que en ellos la información se verifica de manera sistemática con profesionales especializados. Y sostener así una cultura periodística –hábitos, rutinas, valores, estándares, protocolos-- transmisible de generación en generación que, aun con cambios, ciertamente, ha definido a la profesión durante doscientos años. Primero eso, después veamos IA y fake news.

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