LULA PRESUME DE LOGROS EN ECONOMíA PARA INTENTAR FRENAR LA PéRDIDA DE POPULARIDAD

“¡Otra vez, este metalúrgico va a arreglar el país que las élites no dejan de estropear!”, ha clamado el presidente de Brasil este miércoles, 1 de mayo, en el mitin celebrado en São Paulo para celebrar las conquistas de la clase obrera sin olvidar las batallas pendientes. Además de hacer un guiño a su pasado, Luiz Inácio Lula da Silva, fundador del Partido de los Trabajadores (PT), ha presumido de buenos datos en economía, ha ratificado nuevas exenciones fiscales para la clase media y ha insistido en que su Gobierno no tiene nada en contra de quienes quieren emprender y ser sus propios jefes. Lula intenta paliar la caída de popularidad que constatan los sondeos tras 16 meses en el poder. Las encuestas detectan un empate entre los que consideran que su Gobierno lo está haciendo bien, y los que opinan lo contrario.

El acto de este Primero de Mayo se ha celebrado bajo un sol de justicia en el aparcamiento del estadio del Corinthians, el equipo del que Lula es forofo y en el que jugó el mítico Sócrates. El acto político, precedido por un concierto y seguido por otro show, ha logrado congregar bastante menos público del esperado por los sindicatos.

Estos son algunos de los buenos datos que han destacado el presidente o alguno de los otros oradores del mitin: este Gobierno ha creado 2,2 millones de empleos en el mercado formal, ocho millones de brasileños han salido de la extrema pobreza, el sector automovilístico de todo el mundo ha anunciado inversiones en Barsil por 25.000 millones de dólares, se ha aprobado una ley que garantiza la igualdad salarial entre mujeres y hombres en la misma función —un empeño de la primera dama, Janja da Silva— y el salario mínimo ha aumentado por encima de la inflación.

En su breve discurso, Lula ha incluido guiños a la clase media y media baja, un segmento del electorado que se le resiste. Su atractivo entre los más pobres es mucho mayor que entre los que han conseguido prosperar un poco, que a menudo suelen considerar su mejora un logro personal, más que fruto de políticas públicas. El presidente ha recordado un proyecto de ley que tramita el Congreso para regular el trabajo para plataformas como Uber, que tienen 1,5 millones de conductores. También ha insistido en que el Gobierno apoyará a quien quiera ser emprendedor para que en el futuro tenga una jubilación.

Su plan es eliminar las exenciones fiscales que “benefician a los ricos” y aplicarlas “a quienes trabajan y dependen de sus salarios”. En esa línea ha reiterado que mantiene su palabra de que al final de este mandato, en 2026, los trabajadores que cobren hasta 5.000 reales (960 dólares o 900 euros) quedarán exentos de pagar el impuesto de la renta; ahora el umbral está en los 2.864 reales (dos salarios mínimos).

Este tercer mandato de Lula avanza lastrado por el Congreso, donde no tiene mayoría. O, en palabras de uno de los líderes sindicales que ha intervenido, las Cámaras están “en manos de los fascistas, de la élite atrasada”. El presidente ha querido rebajar esas dificultades pero sus más fieles las tienen muy presentes. “Lula está haciendo lo que puede porque este mandato es diferente [de los dos anteriores] porque ahora no ganó el Congreso y eso significa una pelea cada día”, explica Ana Luzia Ramos, de 55 años, empleada del Banco de Santander, mientras espera a que acabe el concierto de samba y Lula tome la palabra. Ramos ha llegado desde otra ciudad, Limera. “Pero la vida ha mejorado sin duda. El comercio ha mejorado”, dice antes de elegir la que a su juicio es la medida más importante adoptada en este mandato: “La subida del salario mínimo, con eso logras que la gente compre y se genere más empleo”.

Lula sabe, desde la noche de 2022 en la que ganó por tercera vez unas presidenciales en Brasil, que este mandato sería el más cuesta arriba. Venció por la mínima y, al cabo de una semana, neutralizó un intento de golpe que, según los jueces, urdió el expresidente Jair Bolsonaro y con algunos militares.

Pero el capital político con el que arrancó Lula empieza a mermar. En las últimas semanas, Lula ha recibido un par de toques de atención: pierde popularidad y algunos colectivos afines, como los funcionarios de las universidades o los indígenas, empiezan a expresar cierta impaciencia con huelgas o protestas.

Los resultados del Datafolha más reciente, de finales de marzo, indican un aumento de los que tienen una opinión negativa del Gobierno mientras se reduce el segmento que la tiene positiva. De manera que el electorado queda dividido en tercios: para un 35%, el Gobierno Lula es bueno o muy bueno, lo que supone tres puntos menos; para un 33% es malo o muy malo, es decir, ha subido tres puntos, y para un 30% es regular.

El profesor universitario António Luzio R. Assis, de 56 años, considera “preocupante la caída de popularidad”. Más si cabe porque se produce “incluso con políticas sociales, como Bolsa Familia, la generación de empleo, las nuevas inversiones y la mejora de la imagen internacional del país: Brasil era un paria y ahora nos tienen un poco de respeto”. Assis atribuye el escaso público del acto a que los sindicatos tienen en los últimos tiempos crecientes dificultades para hablar con los trabajadores.

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