ÁFRICA QUIERE SUMARSE AL IMPULSO DE LA ELIMINACIóN DE LA LEISHMANIASIS VISCERAL

Entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible lanzados por Naciones Unidas en 2015, el objetivo 3.3 textualmente persigue poner fin a las epidemias del sida, la tuberculosis, la malaria y las enfermedades tropicales desatendidas… para 2030. A la estela de la Agenda 2030, la OMS publicó el 28 de enero de 2016 la Hoja de Ruta a seguir por las 20 enfermedades tropicales de su lista. En el caso de la leishmaniasis visceral —que provoca entre 20.000 y 40.000 muertes cada año y más de medio millón de infectados y es, después de la malaria, la segunda infección parasitaria más mortal en África— el objetivo es inequívoco: reducir la mortalidad, que ahora se sitúa en torno al 5%, por debajo del 1%. Y se acompaña de un objetivo secundario, la reducción del 85% de todos los casos mundiales. No son objetivos triviales.

En 2005 los gobiernos de la India, Bangladés y Nepal, con el apoyo de la OMS, lanzaron el Programa de eliminación de la leishmaniasis visceral, con el objetivo de lograr menos de un caso cada 10.000 expuestos antes de 2015. Significa que hay transmisión, pero deja de ser emergencia sanitaria. Para diciembre de 2022, los tres países habían reducido los 200.000 casos estimados en 2006 a 772 notificados, en otras palabras, habían disminuido la incidencia entre 5 y 30 veces en más del 99% de los distritos.

Bangladés se había adelantado consiguiendo el 100% de los objetivos en 2017. El 31 de octubre de 2023 la OMS anunciaba que este país había eliminado la leishmaniasis visceral como problema de salud pública en el 100% de los distritos. Entre 2012 y 2017, unos 4.500 campesinos habían salvado la vida en ese país. Merecidamente, fue galardonado como el primero del mundo en poner coto a esta enfermedad propia de la pobreza, en un país a su vez desfavorecido. El significado de este logro era inmenso y así lo celebramos.

La certificación de eliminación es un proceso cuidadoso que se toma unos cinco años y que por la pandemia de la covid-19 se alargó más de lo previsto en este caso. A este lado de la geografía, nos dio sosiego para la reflexión y para hacer un examen comparativo entre la epidemiología de la leishmaniasis visceral en el subcontinente indio y en el este de África, y proponer un plan. A pesar de las enormes diferencias y dificultades, era imposible no contagiarse del éxito asiático en un momento en el que la región africana reunía el 60% de los casos mundiales. Aunque solo con unos 20.000 casos anuales, las dificultades y las epidemias asociadas a las guerras, hambrunas o desplazamientos podían disparar el número de enfermos y la mortalidad.

A pesar de las enormes diferencias y dificultades, era imposible no contagiarse del éxito asiático en un momento en el que la región africana reunía el 60% de los casos mundiales

Orquestar un programa de eliminación de una enfermedad es complejo y sujeto a muchas vicisitudes, pero hay unos prerrequisitos necesarios: un pistoletazo de salida y un liderazgo. Lo primero es una invocación a actuar de una vez por todas con una justificación fácil de esgrimir ¿hasta cuándo hay que esperar para que África no pierda su oportunidad, quién la determina? Lo segundo es que un puñado de instituciones abracen la idea y ejerzan de altavoz científico potente que catalice la atención de gobiernos, medios, socios en el terreno, organizaciones filantrópicas y, quizás, algunos escépticos. Es la llamada a la acción.

En aras de alcanzar los objetivos de su Hoja de Ruta del 2030, la OMS ha ido dirigiendo la iniciativa para África. Primero estableciendo el Plan con las líneas maestras para las enfermedades tropicales desatendidas (2023-2027) y, después, en el desarrollo de un Plan estratégico para la leishmaniasis. Para ello, cada país elabora un plan nacional que, por fin, ha de cristalizar en un programa regional que armonice objetivos y métodos. Así, en una cumbre celebrada en enero de 2023, Chad, Eritrea, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán, Sudán de Sur y Uganda definieron el Marco estratégico y, basado en él, firmaban la Declaración de Nairobi, por la que se comprometían a la eliminación de la leishmaniasis como problema de salud pública. Luego se sumó Djibouti.

No se ignoraron las dificultades empezando por la necesidad de que la Declaración de Nairobi se elevara al máximo compromiso gubernamental en un documento firmado por los nueve ministros, incluyendo a la Unión Africana. Ello implica que los gobiernos deben asumir sus responsabilidades cofinanciando el programa y haciendo cumplir el Plan nacional de cada país. Solo así podrán liderar la iniciativa. Desde el punto de vista técnico, es necesario establecer un mecanismo regional de acceso al medicamento que evite la ruptura de stocks; armonizar la vigilancia epidemiológica entre países recogiendo los datos basales epidemiológicos que permitan evaluar el avance del programa; asegurar el compromiso de los grandes donantes con fidelidad y financiación mantenida y, a los científicos, animándoles a completar la investigación necesaria para poder arrancar el programa. Es decir, que de esta fase preparatoria se pueda pasar a la de ataque en menos de dos años, ya que esta última debería terminar en el 2030.

El Plan estratégico iniciado en enero de 2023 ha sido refrendado en la reunión celebrada en junio de 2024 en Addis Abeba, organizada por la OMS y DNDi. Así, los responsables del programa de cada país toman posiciones en la línea de salida del tartán, con el color rojo de la tierra africana, para una carrera de fondo. El 12 de junio, la OMS lanza con lógica euforia, de la que tampoco nos excluimos, un nuevo marco para afrontar la leishmaniasis visceral en África oriental, lo que significa pasar del control reactivo —tratando enfermos— a la eliminación preventiva del problema en su raíz.

Quizás no se logre a la primera, pero llegará. Me decía una vez Haile Gebrselassie [exatleta etíope] que lo nuestro era de verdad una carrera de fondo. Hoy es, sin embargo, un día para el optimismo.

Jorge Alvar es académico de la Real Academia Nacional de Medicina de España

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